sábado, 30 de julio de 2011

Diálogo

- ¿A qué esperas? Levántate y vé hacia ello... Están ahí, frente a tí. ¿Es qué no los ves?
- No consigo verlos...¿Dónde dices que están? No puedo divisarlos desde mi posición.
- Es que desde donde estás no se ven. Sube un poco más alto. Desde aquí se ven claramente.
- Creo que no podré subir hasta donde estás. Sigue sin mí. No dejes que te retrasen mis miedos, mis inquietudes, mis anhelos, mis dudas... Lucha y alcánzalos. Yo me quedo aquí, viéndote mientras te alejas, rezando por tí y deseándote lo mejor.
- No seguiré sin ti. Dijimos un “para siempre”y para siempre será.
- No puedo... no tengo fuerzas. Tú caminas más rápido que yo. Quizás algún día logre alcanzarte, pero por ahora no puedo. Me quedaré aquí esperando... Quizás poco a poco se vayan acercando a mi.
- Eso no pasará. Se irán alejando. No esperan a nadie. Es más, la mayoría de veces huyen de los humanos. Hay que perseguirlos un poco, pero se terminan por encontrar. Tras aquella colina diviso uno. Sube aquí conmigo, cargaremos las escopetas y le alcanzaremos. Además tenemos a Boby, nuestro perro, una vez le hayamos dado, nos ayudará a cogerlo. Pero te necesito aquí. Yo solo no puedo.
- Siempre has podido sin mí. Llevas años haciéndolo solo... No me necesitas. Tú puedes. Confío en que puedes.
- Antes podía porque eran más pequeños, menos importantes. Por favor, no me dejes solo. Ven conmigo. Necesitamos alimentarnos. Moriremos si no los vamos cazando. Si no, pronto empezaremos a encontrarnos mal, caeremos enfermos. Nuestro corazón se irá debilitando. Es posible que incluso deje de latir... Vamos a por él. No parece difícil de alcanzar.
- No puedo apenas abrir los ojos. Si me quieres es mejor que sigas sin mí. Solo conseguiré retrasarte. Jamás lo lograrás cargando conmigo. Lucha: se resisten. Estaré bien. Por favor, déjame aquí. Quiero quedarme aquí.

    Respetó mi decisión y con paso firme se fue alejando. Con un tímido beso rozó mis entrañas. No miró atrás. Sabía que en el fondo yo era su lastre, el ancla que no le dejaba avanzar. Pero le cegó la ilusión: la ilusión de compartir una vida. De encontrar al yang de su ying. De experimentar en sus adentros lo que era el amor (eso de lo que tanto había oído hablar y que aún no conocía pese haber pasado la veintena de edad). Contaba con Boby, un fiel compañero que siempre estaba a su lado. Había poseído otros canes, incluso varios a una misma vez, pero nadie como Boby. Él le apoyaba en todo. En los malos momentos siempre recurría a él y viceversa. Se entendían bien. Sabía que, aunque en un principio le costaría algo más, iba a terminar por cazarlos.

    Eran sus sueños. Algunos de ellos también eran míos. De hecho algunos incluso fueron nuestros. Yo los dejé ir por motivos que aún desconozco, pero él no podía. Era un luchador nato, y sabía que llegaría lejos. De hecho no me equivoqué. Llegó tan lejos que ni la Luna fue capaz de verlo jamás después de aquella noche...