Me sigue resultando más fácil emprender la huída. Ahora duele y siento que, entre estas sábanas desde las que ahora te escribo y donde tanto hemos compartido,se ha quedado una pequeña porción de mi alma que jamás recuperaré. Y aunque las lágrimas cesan, el dolor está presente, y tu también: en el fondo te necesito más de lo que me gusta admitir. De hecho, si no existiese esa necesidad de ti, todo sería mucho más llevadero.
Pero no puedo permitirme el lujo de volver a tropezar. No puedo... No resistiría otra decepción. No quiero.
Y eso que has sabido pintar con tal delicadeza lo que sería un lienzo cargado de ilusión y pasión. Has sabido ganarme, y no te imaginas hasta que punto. Has conseguido retirar el yelmo de mi armadura y ahora me siento desprotegida ante los peligros de un amor que podría ser igual de maravilloso que de doloroso. Pero ese final solo lo sabe el destino, y yo no me atrevo a predecir cómo podría haber sido.
En vez de hacer gala de mi carácter apasionado y arriesgado, agacho las orejas y me alejo con paso apresurado de la fuente de mi posible futuro dolor. Y ahora me siento como un árbol al que le han arrancado las raíces, como un poeta que ha perdido su fuente de inspiración... Y quizás parezca fría y calculadora, y quizás así sea. Arranco con cabeza templada lo que puede remitirme algún tipo de daño, aunque al final no resultase así. Huyo de lo que siento, por cobardía. Y sé que no es justo que pagues por mis errores, por mi pasado, pero ¿qué más puedo hacer?
Ahora solo me queda regresar como ermitaño a mi cueva, con mi nueva coraza reforzada. Y es que, tengo el corazón tan curtido con tanta reyerta...
Y termino esta confesión con una frase de una canción que adoro: amar es el empiece de la palabra amargura...
Esto sí son, hoy más que nunca, reflexiones de una neurótica.
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